04 noviembre, 2020

Esperanzas de noviembre

Tengo la teoría de que llevamos muy mal las cuentas. No me refiero a las monetarias, sino a una tendencia a generalizar y a poner un siempre o nunca al lado de cada reproche, sin pararnos a pensar si estamos ante una excepción o ante una mala conducta que se ha convertido en norma.

Lo más fácil es echarle la culpa de todo a los demás y decir que los jóvenes están echando todo a perder porque jamás respetan nada, como si los de más edad fueran los que llevan todo a rajatabla y cumplen al dedillo todo lo que se les ordena. Quizá nos pesen demasiado los prejuicios y nos parezcan más peligrosos seis chavales en un banco del parque, que seis señores fumando puros en la terraza de un restaurante de postín, como si esto de la pandemia fuera una cosa de otra galaxia.

Mientras unos se enardecían para no tener que preocuparse tanto de la salud de los demás, el fin de semana nos hacía creer en las esperanzas de noviembre. Un joven de 16 años, hijo de una barrendera que sabe lo que es deslomarse limpiando las calles, convocaba a sus amigos de Logroño para recoger los desperfectos causados la noche anterior por descerebrados interesados en arramblar ropa de marca con cocodrilo en la pechera. Y es que siempre ha habido gente joven solidaria, luchadora, responsable, amable y concienciada que apenas sale en las noticias, porque quizá nos entretenga más hacer click en el vídeo del asalto a una tienda de bicicletas, que las historias que no concuerdan con lo que ya pensamos de antemano.

En Portugal han pedido a la ciudadanía que cumpla con el deber cívico de confinarse en casa a quienes habitan en 121 localidades en las que vive el 70% de la población. Antes de crear una ingeniería jurídica compleja para obligar a la gente a permanecer en sus casas y no extender la segunda ola de la pandemia, han optado por hacer una llamada a la conciencia de la gente, a que sean capaces de poner de su parte un esfuerzo en pos del bien común sin que sea necesario articular decretos con sanciones, multas, delitos y faltas.

Alguien me dijo que esto aquí era poco menos que imposible, que en un país donde el refranero nos dice aquello de “hecha la ley, hecha la trampa”, no hay mucho espacio para que la gente no (se) haga trampas sin que exista una norma vigilante y una espada de Damocles encima de cada uno.

A pesar de todo este panorama, me niego a perder las esperanzas en este mes de noviembre que acabamos de estrenar. Quizá a lo largo del día nos lleguen buenas noticias desde los Estados Unidos y Trump no tenga una segunda ola devastadora que contagie a quienes en Europa y en otros continentes quieren emularlo. Pero, en el peor de los casos, siempre nos quedará el ejemplo de Pablo, el chaval de Logroño que sí sabía en qué consistía el deber cívico. Solo así nos libraremos de segundas olas mortíferas y aprenderemos a contabilizar bien las lecciones que nos da la gente más joven.  

 

Publicado en el diario HOY el 4 de noviembre de 2020

 


 

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