Mientras veía a seguidores de Trump entrando en el Capitolio de Washington, me puse a buscar cuántas ciudades de Estados Unidos tienen más habitantes que la propia capital. Encontré nada menos que diecinueve, en Australia hay siete más pobladas que Canberra y tres grandes urbes de Brasil superan en población a Brasilia, una capital construida tierra adentro para intentar equilibrar la descompensación entre la costa y el interior.
Con Washington todavía en la retina, Madrid pasó a ocupar todas las noticias y portadas nacionales, como si fuera el centro del Universo. Daba igual que Extremadura tuviera las cifras más espeluznantes de la pandemia, o que la tormenta Filomena hubiera cubierto de blanco 200.000 km2 de la península, porque todo pasó a centrarse en lo que ocurría en la comunidad madrileña, que en apenas 30 años ha pasado de poco más de 4 millones y medio de habitantes a encaminarse hacia el séptimo millón.
Quienes entienden de demografía dicen que Madrid tiene una inmensa capacidad de absorción y que va dejando sin población todo lo que le rodea. Muchos dicen que es imparable su crecimiento y es que tal vez no hemos hecho lo suficiente para equilibrar los territorios y las personas que las habitan, algo importantísimo y que bien conocen quienes se encargan de disponer la carga en un buque de mercancías.
Sí, la nieve cayó el viernes en muchos otros lugares, pero nos estamos enterando, fundamentalmente, de lo que pasó en la capital. Todo pasa por el mismo lugar y hasta las comunicaciones habidas y planificadas para el futuro te obligan a pasar siempre por la villa y corte, como consecuencia de una estructura radial pensada desde y para el Paseo de la Castellana. Los últimos años han propiciado que sea la comunidad que más recauda (allí tienen sus sedes la inmensa mayoría de las grandes empresas), y que se pueda permitir bajadas de impuestos que otros territorios no pueden ni plantearse, ya que sería a costa de dejar más desamparadas todavía a las áreas rurales.
Y sí, también está haciendo frío, aunque mucho más en la Cañada Real que en los pisos con suelo radiante y ventanas de triple cristal. Cuando escampe, amaine y deje de haber capas de hielo en las aceras, habrá que plantearse si es inevitable tener una capital donde ya no se cabe y unos espacios rurales que necesitan presencia humana. Hace unos días vi un mapa en el que se marcaba dónde se produce la electricidad y dónde se consume. Desde Extremadura procede gran parte de esa luz que consumen en el centro y de la que apenas nos beneficiamos: nos quedamos con los peligros radioactivos y allí que van los megavatios y sus valores añadidos.
Sé que inventos como Brasilia (o la fallida Viedma en Argentina) no son la panacea. Pero ahora que sabemos que hay miles de trabajos que pueden realizarse a distancia, quizá haya llegado el momento de despoblar los hormigueros humanos de las grandes ciudades y de llenar de vida las tierras que necesitan, urgentemente, savia nueva. Seguirían siendo el centro del universo, con más holgura, y llenaríamos de vida los pueblos que se abandonan.
Publicado en el diario HOY el 13 de enero de 2021
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