Dentro de unos días conoceremos el veredicto sobre la muerte en Minneapolis de George Floyd, que soportó durante nueve minutos y 29 segundos la rodilla y el peso del policía Derek Chauvin sobre su cuello.
De nada le valió a George repetir 28 veces que no podía respirar. Cualquiera que vea sin cortes esos nueve minutos eternos tendrá bien claro el veredicto, pero la justicia tiene muchos giros de guion inesperados y la defensa del policía argumenta que fue la adicción a las drogas de George, unida a una cardiopatía, lo que realmente le causó la muerte.
Desde aquel 25 de mayo de 2020 han pasado muchas cosas en este mundo: una pandemia, Trump perdió las elecciones, supremacistas blancos tomaron el Capitolio y una marea de gente rompió confinamientos para reclamar que las vidas humanas importaban, independientemente del color de la piel.
El odio, el desprecio y el rechazo no se producen tanto por la oscuridad de la piel como por la pobreza. Es a los pobres a los que más se demoniza por parte de las gentes más retrógradas, insensibles e inhumanas. Solo así podemos encontrarnos en medio de mensajes electorales en los que se llama “mantenidos” a quienes hacen cola para comer por caridad, o se criminaliza a todo menor extranjero asignándole unas siglas que les cosifica y que les convierte en presuntos delincuentes hasta que no demuestren lo contrario. Hace falta tener poca caridad, cristiana o humana, para arremeter con saña a quienes sufren las consecuencias de no tener trabajo, de no poder pagar la vivienda en la que se refugian o de no tener nada que llevarse a la boca. Es un discurso que puede tener sus réditos en forma de votos pero que abre una herida sangrante en la sociedad que, desgraciadamente, suele tener finales muy infelices
Mientras que Merkel provocó la dimisión del Presidente de Turingia, tras haber llegado al cargo con los votos de la ultraderecha, aquí se compite en ver quién es capaz de articular un discurso más lleno de aporofobia y quién consigue soliviantar a los pobres autóctonos culpando de todos los males a los paupérrimos venidos de fuera. Las próximas semanas serán cruciales para ver si ganan cotas de poder los que postulan sin complejos propuestas contrarias a los Derechos Humanos, o bien se cuelan con un formato de aparente liberalidad pero con consecuencias similares para los más desfavorecidos
Se avecinan tiempos en los que habrá que tomar partido y no valdrán medias tintas: o se está con los que quieren repetir lo peor del siglo XX, o se está con quienes lo combaten. Probablemente George Floyd no era la mejor persona del mundo e incluso puede ser cierto que consumiera drogas y no fuera el mejor vecino que desearíamos, pero no merecía morir de esa manera. A riesgo de caer en maniqueísmos, me temo que no defender la dignidad de los George Floyd que pueblan el planeta es una forma de pasiva de abrir las puertas al Ku-Klux-Klan de turno. El peor de los “buenismos” será siempre mejor que el malismo que se avecina.
Publicado en el diario HOY el 21 de abril de 2021
P.S Varias horas después de enviar esta columna se ha conocido la sentencia condenatoria al policía Derek Chauvin. Cuando la escribía no tenía la certeza de lo que iba a ocurrir. Ni George Floyd ni KKK, nos parece una expresión increíble. Por eso es necesario dejar claro que entre fascista y antifascista no hay punto medio: no ser antifascista es abrirles la puerta a los del brazo en alto. Se recomienda relectura de la Historia del siglo XX.
No hay comentarios:
Publicar un comentario