Se atribuye a Andreotti una taxonomía de la enemistad en la que el más alto grado, el que supera incluso a los enemigos a muerte, lo ocupan ciertos compañeros de partido. La usaba mucho Pío Cabanillas, que en aquel congreso de UCD en 1981 pronunció la mejor frase definitoria de lo que son las luchas internas de los partidos: “yo ya no sé si soy de los nuestros”.
La izquierda ha tenido la fama en este asunto, pero lana se ha cardado en todos los lados: desde la pugna entre Soraya y Cospedal que acabó ganando Pablo Casado, hasta su propia defenestración por atreverse a dudar del hermanísimo que comerciaba con mascarillas. Tampoco estuvo nada mal la muerte y resurrección de Pedro Sánchez en Ferraz, que sería hoy un nombre olvidado si no fuera por ese invento democrático de las primarias internas.
Las izquierdas más escoradas merecen un capítulo aparte, porque la parodia de los Monty Python sobre los frentes populares, ya sean judaicos o de Judea, parece que se hubiera convertido en precepto de obligado cumplimiento y no una escena de la mejor comedia para semanas como esta. El penúltimo capítulo de este género es la controversia entre Yolanda Díaz y su proyecto para sumar a todas las izquierdas frente a la dirección de Podemos, que pretende que los procesos internos de ese nuevo espacio, amplio y poliédrico, tengan unas primarias en las que cada persona cuente y opine.
El panorama para este nuevo espacio político, que pretende aglutinar a toda la izquierda de la socialdemocracia, es ahora el de una fractura que ayudaría a abrir la puerta de La Moncloa a un gobierno de derechas sustentado por la ultraderecha. No será fácil desenredar una madeja que se complica día a día, con demasiadas declaraciones para marcar territorio y pocas posiciones que sirvan de puente. De momento el clima se va enrareciendo y nos queda por conocer si estamos ante un simple conflicto de poder o también lo es de proyecto.
Si solo fuera de poder, esto se podría resolver con una buena mediación y con un diálogo más sincero y menos inmovilista. En el caso de que las fisuras apunten a proyectos diferentes, espero que tengan la suficiente agudeza como para darse cuenta de que en 2024 pueden encontrarse con dos posibles escenarios: poder sumar y seguir influyendo en el gobierno del país, o bien juntarse en las calles para protestar por las contrarreformas que esté tramando un ejecutivo presidido por Feijoo y con Abascal de ministro.
Para alcanzar el poder hay que sumar el número de votos suficientes. Para poder sumarlos habría que evitar perder los que ya se tienen. Imagino que eso será lo que tienen en mente todas las partes en conflicto. La dinámica de hacer más daño a los correligionarios que no son de tu cuerda con tal de no dar tu brazo a torcer, suele tener finales muy infelices. Si piensan en un panorama como el que apunto al final del párrafo anterior, estoy seguro de que lo intentarán arreglar: por su propio bien y por el de todas las personas a las que querrían seguir favoreciendo desde el gobierno.
Publicado en HOY el 5 de abril de 2023
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