03 mayo, 2023

Acoso y silencio

Cuando se ha conocido la carta de despedida de Claudia, la chica de Gijón que con 20 años decidió quitarse la vida tras ser machacada por algunos de sus compañeros de colegio, me he acordado de Jokin Ceberio, un chaval de 14 años que se suicidó en Hondarribia tras sufrir el acoso continuado de varios de sus compañeros.

El caso de Jokin en 2004 fue el que hizo saltar las alarmas, el que puso por primera vez sobre la mesa una realidad que, con mayor o menor gravedad, ya se conocía. ¿Acaso alguien no recuerda casos de acoso en sus días escolares? Cuando no era por llevar gafas o ser una empollona, el motivo de la burla podía deberse a una enfermedad, al color de piel, a la marca de la ropa, a la pobreza de tus padres, a tener otro acento o a ser de fuera.

La gran diferencia entre el acoso de hace casi 20 años, al que me cuesta llamar bullying, es que en aquel tiempo podías tener refugios y momentos en los que estabas a salvo del grupito alfa que dominaba el cotarro con intimidación. Hoy ya no existe el refugio del hogar porque las redes convierten aquel acoso temporal y discontinuo en uno de carácter permanente, ubicuo e indeleble, que acaba por minar las ganas de vivir de adolescentes que no ven salida al túnel en el que los ha metido tanta maldad.

Me consta que en los últimos años se han desarrollado protocolos en los centros educativos para intentar prevenir y detectar comportamientos de acoso. Pueden ser pocos los que alcancen una gravedad tan extrema como en los casos de Jokin o Claudia, pero la violencia de baja intensidad que sufren las víctimas puede derivar con el paso de tiempo en consecuencias irreparables que, como sociedad, deberíamos aprender a resolver en conjunto.

Imagino que todo el mundo con hijas e hijos en edad escolar estará preocupado por si son víctimas de un acoso que no contarán a nadie. Por eso creo que esa preocupación de los progenitores debería extenderse también en otro sentido, en el de preguntarse si son sus hijos los victimarios, si están provocando el asedio y la discriminación hacia alguno de sus compañeros de aula.

La maldad de quien acosa, de quien se divierte humillando para mostrar su fuerza o su poder, no alcanzaría consecuencias tan dramáticas si no fuera por el silencio de quienes son testigos. De ahí que sea necesario reeducar comportamientos sociales tan interiorizados que cuesta mucho superarlos. Siempre se opta por esa equidistancia de no meterse en líos porque el sambenito de chivato tiene peores consecuencias y mayor desprestigio que cualquier otro.

Cuando tenga un mayor reproche social mirar hacia otro lado ante el acoso, entonces será cuando lograremos librarnos de horrores como los que sufrieron los padres de Jokin hace 18 años y que hoy padece la familia de Claudia. A nadie se le puede exigir el heroísmo, pero quizá sí debería preocuparnos aquel “silencio de los buenos” que mencionó Martin Luther King. Habrá que hacerles saber que son mayoría y que su voz puede salvar vidas como las de Jokin o Claudia. 

Publicado en el diario HOY de Extremadura el 3 de mayo de 2023









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