Si este verano va usted al norte de Europa le aconsejo que no haga ciertas cosas a las que está acostumbrado. Si se le ocurre cruzar una calle en Alemania, debe saber que sólo lo puede hacer por los pasos de peatones. Además hay que hacerlo cuando el semáforo de los viandantes esté en verde. No vale disculparse con que no venían vehículos o que no había ningún policía cerca. Es más, si se atreve a burlar la norma, cualquier otro ciudadano le echará una bronca en un idioma ininteligible, con un tono que parecerá que le están mandando a Auschwitz, hasta el punto que echará de menos la presencia de un agente al que pagarle una multa. A cualquier extranjero le alucina, como dicen por aquí, la falta de civismo de los españoles. A alguno de ellos lo he visto con cara de estupefacción en los bares de las estaciones de tren de Mérida y Badajoz, donde está prohibido fumar pero hay una humareda impune. Pero no se te ocurra velar por la educación y el cumplimiento de las normas, porque esto no es Alemania y lo más probable es que el incívico se ponga bravucón. El cuidado de los espacios públicos es asignatura suspensa: las pipas y las colillas acaban en los ceniceros de las casas, pero en la calle van directamente al suelo. De las mierdas de los perros ya ni hablo. Les confieso que a mí también me fastidian las normas que sólo pretenden tocarnos las narices, como una que hay en Badajoz y que prohíbe patinar en un espacio hecho, precisamente, para patinar. Pero también hay normas que están hechas para proteger nuestras vidas y no para jorobárnosla. Esas deberíamos cumplirlas siempre. En defensa propia.
Publicado en la contraportada de EL PERIÓDICO EXTREMADURA el 28 de junio de 2010.
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